Si natural es preguntar
en un mercadillo o establecimiento de abalorios —recintos que entonan con la
clase política española por su alcance y prominencia— cuánto vale tal o cual
fruslería, mayor diligencia debiéramos tener, aunque también resulte ridículo, en
saber si renquean (y de qué pie) nuestros próceres. Pudiera pensarse que tal pesquisa cimienta una curiosidad perversa
más que malsana; no obstante, las apariencias que auspician esos atajos obligan
a negarlo rotundamente. ¿Acaso dicho desvelo sobreviene por tribulaciones
vinculadas al presente y futuro de nuestro entorno familiar y social? ¡Qué va!
Sería más extraordinario que la obtusa primera e indiscreta opción. Lo hacemos,
a resultas de posos ancestrales, para asentar conocimientos que aseguren a
priori mitos y próceres sin lacras incapacitantes (una de tantas ilusiones
estúpidas).
La diversidad de nuestra
especie política es inabarcable a la vez que su fondo es sobrio, breve, casi formal.
Parece desparramarse por las áreas ideológicas cuando estas ya no existen o,
peor todavía, se sintetizan en un viejo y oculto objetivo: vivir como
potentados a cargo del erario público. Algunos, audaces y desaprensivos,
quieren perpetuarse al precio que sea, aun soportando epítetos inclementes. El
individuo posee una capacidad de aguante indefinida, misteriosa. Ser político,
además, requiere de forma vital un exoesqueleto rígido, insensible, que le
permita mostrarse “un cabrón desorejado” para todo quehacer o gestión. Es la
etiqueta de calidad que se adosa a cualquier producto para generar confianza en
su consumo. ¿Implica cierto grado de desnudez presentarse a cotejo público sin
mostrar tales atributos? En esta España precaria y enjuta, no cabe duda.
El concepto perfil abarca
tantos enunciados como sus innumerables sinónimos: Ribete, catadura, silueta,
rasgo, talante, diseño, apariencia, etc., etc. Sin embargo, resulta certero,
además de divertido, agrupar a estos políticos, que nos quitan no solo el sueño
al que se aferraba Sánchez para endosar la píldora tropecientos, en comparsas
adscritas al tamaño y consistencia de su pico. Propongo llamar “coros
vehiculares” a quienes se guarecen tras billetes de ida y vuelta tipo Emiliano
García-Page o Javier Lámbán. Adoptan una apariencia contestataria y luego
inclinan el dorso afeando su porte anatómico, ético y estético, mientras hacen
un roto a sus paisanos, generalmente más pundonorosos. Denominaría “tenaces y
férreos” solo a los de ida, aquellos cuya integridad impide girar para desandar
hasta pequeños errores. Ahora mismo advierto dos y son mujeres: Cayetana
Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. El resto, erial.
La última bandería (no me
olvido de ella) pudiera etiquetarse, sin temor a caer en actitud inmisericorde,
de “quebradiza”, o sea esa legión que vuelve permanentemente, incluso sin
haberse ido. No hago mención alguna por vergüenza y porque alguien se sentiría
insultado al tratarlo con excesiva generosidad. “Quebradizos” viene conformada
por una cohorte que se agrupa en ministerios y Cámaras. Ignoro si portan
antojeras, adminículos que se ponía a las caballerías para evitar salidas o
abandonos del camino previamente planeado (recuerdos entrañables de mis años,
pocos, de trillador en trilla, menos eficaz pero más divertido que hacerlo en
trillo). Quizás se debiera añadir un cuarto grupúsculo, así designado por su
menudencia numérica. Son aquellos, ocultos o manifiestos, “comisarios políticos”
cuyo cometido es sugerir tenuemente eslóganes a tertulianos átonos,
incombustibles, “inteligentes”. El pueblo gusta comulgar con ruedas de molino.
Lo dicho hasta aquí no afectaba
a políticos de relleno, a aquellos del gallinero o estrado que solo aparecen en
los medios cuando se equivocan de botón. Podrían tildarse políticos comparsa,
sin aplicación ni exigencia. Existen otros provenientes de plaza pública (con
impulso local o autonómico) cuyas virtudes, si las tuvieren, palidecen inquietas.
Lo mismo que futbolistas incrustados en quirófanos, son conocidos por
individuos muy cercanos o expertos de tal materia. Algunos, lamentablemente,
hicieron dinero “pa asar una vaca”. Ocurrió en las alegres praderas andaluzas
pertenecientes a un partido de “historia ejemplar”. Ellos, junto a sus
negligentes y criminosos encubridores, todavía andan sueltos a la espera del
descargo que traiga la benevolencia malversadora. Deduzco que pondrán velas a dioses
y a diablos ante cualquier posibilidad de confusión dada la vorágine escénica.
No obstante, hemos
llegado a una situación insostenible. Aquí ya no valen ni los de primera fila, allegados
a ella fortuitamente: bien por azar rendido al disparate o al socaire del
descaro atrevido anejo a individuos adoquines. Constituyen los líderes de
diversas ideologías, sin advertir mengua o excepción alguna. Desconozco de
donde proviene ni a quien se administra con mayor acierto el dicho popular
“eres más tonto que grande”. No cabe duda que la tontería acrecienta, según
insinúa tal frase, con la edad para ir disminuyendo, curiosamente, con los
años. Lo dicho —cuando se refiere a nuestros gobernantes, aun creyéndose dueños
de una calidad suprema— arroja a priori poco obstáculo ni polémica; es
certidumbre asentada. Mayor infortunio precede, si acaso, con la candidez
inagotable de un pueblo pasivo, fácil de acomodar al mito, o a la farsa.
Cuando las Instituciones
fundamentales se acercan al sumidero y en el horizonte se aprecia (bien es
verdad que inconcreta) una tiranía casi olvidada, España y Europa se obligan a
tomar medidas de forma diligente. Poco acompaña a la concordia aquellas
palabras previas —en el fondo una amenaza encubierta y dirigida— de Félix
Bolaños: “Las consecuencias de adoptar el TC lo que plantea el PP serían muy
graves”. El vocero y su jefe, probable inductor, olvidan que aquella enmienda
aprobada por el Parlamento era esencia explícita, no accidente, que carecía de
todo soporte Constitucional. El Alto Tribunal no podía tomar diferente
resolución porque dejar los órganos de gobierno judiciales en manos de una
mayoría absoluta legislativa sería quebrar la independencia de poderes y el Estado
de Derecho. Contra la lógica y San Agustín de Hipona repudian esta sentencia:
“Errar es humano, pero es diabólico permanecer en el error por el orgullo”.
Es evidente que los
cambios que se pretendan realizar en la composición, reglamento y competencias
del CGPJ y del TC en puridad debieran aprobarse en referéndum pasado el tamiz
específico de ambas Cámaras. Cualquier otro itinerario se alejaría de los
cánones democráticos para parecerse a golpe con ribetes populares. Cierto que
Sánchez y sus múltiples, pero inanes apoyos, han rebasado unas líneas
tácitamente pactadas en los inicios democráticos pese a incongruentes culpas
dirigidas “ex cátedra” al PP. Pedro, iluminado por idéntica sinceridad que el
pastor del cuento, proclama un disparate: “Tomaré medidas precisas para someter
a los jueces”. PP responde con una majadería rastrera definitoria de su perfil
menos inocente de lo que aparenta. Me refiero al vídeo cutre de la lotería. Han
pasado dos siglos y el perfil político nos retrotrae al “duelo a garrotazos”, cuadro
pertinaz y descriptivo que Goya pintaría tal cual si viviera para ello.