viernes, 23 de diciembre de 2022

POLÍTICOS DE PERFIL DEVALUADO

 

Si natural es preguntar en un mercadillo o establecimiento de abalorios —recintos que entonan con la clase política española por su alcance y prominencia— cuánto vale tal o cual fruslería, mayor diligencia debiéramos tener, aunque también resulte ridículo, en saber si renquean (y de qué pie) nuestros próceres. Pudiera pensarse que tal pesquisa cimienta una curiosidad perversa más que malsana; no obstante, las apariencias que auspician esos atajos obligan a negarlo rotundamente. ¿Acaso dicho desvelo sobreviene por tribulaciones vinculadas al presente y futuro de nuestro entorno familiar y social? ¡Qué va! Sería más extraordinario que la obtusa primera e indiscreta opción. Lo hacemos, a resultas de posos ancestrales, para asentar conocimientos que aseguren a priori mitos y próceres sin lacras incapacitantes (una de tantas ilusiones estúpidas).

La diversidad de nuestra especie política es inabarcable a la vez que su fondo es sobrio, breve, casi formal. Parece desparramarse por las áreas ideológicas cuando estas ya no existen o, peor todavía, se sintetizan en un viejo y oculto objetivo: vivir como potentados a cargo del erario público. Algunos, audaces y desaprensivos, quieren perpetuarse al precio que sea, aun soportando epítetos inclementes. El individuo posee una capacidad de aguante indefinida, misteriosa. Ser político, además, requiere de forma vital un exoesqueleto rígido, insensible, que le permita mostrarse “un cabrón desorejado” para todo quehacer o gestión. Es la etiqueta de calidad que se adosa a cualquier producto para generar confianza en su consumo. ¿Implica cierto grado de desnudez presentarse a cotejo público sin mostrar tales atributos? En esta España precaria y enjuta, no cabe duda.

El concepto perfil abarca tantos enunciados como sus innumerables sinónimos: Ribete, catadura, silueta, rasgo, talante, diseño, apariencia, etc., etc. Sin embargo, resulta certero, además de divertido, agrupar a estos políticos, que nos quitan no solo el sueño al que se aferraba Sánchez para endosar la píldora tropecientos, en comparsas adscritas al tamaño y consistencia de su pico. Propongo llamar “coros vehiculares” a quienes se guarecen tras billetes de ida y vuelta tipo Emiliano García-Page o Javier Lámbán. Adoptan una apariencia contestataria y luego inclinan el dorso afeando su porte anatómico, ético y estético, mientras hacen un roto a sus paisanos, generalmente más pundonorosos. Denominaría “tenaces y férreos” solo a los de ida, aquellos cuya integridad impide girar para desandar hasta pequeños errores. Ahora mismo advierto dos y son mujeres: Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. El resto, erial.

La última bandería (no me olvido de ella) pudiera etiquetarse, sin temor a caer en actitud inmisericorde, de “quebradiza”, o sea esa legión que vuelve permanentemente, incluso sin haberse ido. No hago mención alguna por vergüenza y porque alguien se sentiría insultado al tratarlo con excesiva generosidad. “Quebradizos” viene conformada por una cohorte que se agrupa en ministerios y Cámaras. Ignoro si portan antojeras, adminículos que se ponía a las caballerías para evitar salidas o abandonos del camino previamente planeado (recuerdos entrañables de mis años, pocos, de trillador en trilla, menos eficaz pero más divertido que hacerlo en trillo). Quizás se debiera añadir un cuarto grupúsculo, así designado por su menudencia numérica. Son aquellos, ocultos o manifiestos, “comisarios políticos” cuyo cometido es sugerir tenuemente eslóganes a tertulianos átonos, incombustibles, “inteligentes”. El pueblo gusta comulgar con ruedas de molino.

Lo dicho hasta aquí no afectaba a políticos de relleno, a aquellos del gallinero o estrado que solo aparecen en los medios cuando se equivocan de botón. Podrían tildarse políticos comparsa, sin aplicación ni exigencia. Existen otros provenientes de plaza pública (con impulso local o autonómico) cuyas virtudes, si las tuvieren, palidecen inquietas. Lo mismo que futbolistas incrustados en quirófanos, son conocidos por individuos muy cercanos o expertos de tal materia. Algunos, lamentablemente, hicieron dinero “pa asar una vaca”. Ocurrió en las alegres praderas andaluzas pertenecientes a un partido de “historia ejemplar”. Ellos, junto a sus negligentes y criminosos encubridores, todavía andan sueltos a la espera del descargo que traiga la benevolencia malversadora. Deduzco que pondrán velas a dioses y a diablos ante cualquier posibilidad de confusión dada la vorágine escénica.

No obstante, hemos llegado a una situación insostenible. Aquí ya no valen ni los de primera fila, allegados a ella fortuitamente: bien por azar rendido al disparate o al socaire del descaro atrevido anejo a individuos adoquines. Constituyen los líderes de diversas ideologías, sin advertir mengua o excepción alguna. Desconozco de donde proviene ni a quien se administra con mayor acierto el dicho popular “eres más tonto que grande”. No cabe duda que la tontería acrecienta, según insinúa tal frase, con la edad para ir disminuyendo, curiosamente, con los años. Lo dicho —cuando se refiere a nuestros gobernantes, aun creyéndose dueños de una calidad suprema— arroja a priori poco obstáculo ni polémica; es certidumbre asentada. Mayor infortunio precede, si acaso, con la candidez inagotable de un pueblo pasivo, fácil de acomodar al mito, o a la farsa.

Cuando las Instituciones fundamentales se acercan al sumidero y en el horizonte se aprecia (bien es verdad que inconcreta) una tiranía casi olvidada, España y Europa se obligan a tomar medidas de forma diligente. Poco acompaña a la concordia aquellas palabras previas —en el fondo una amenaza encubierta y dirigida— de Félix Bolaños: “Las consecuencias de adoptar el TC lo que plantea el PP serían muy graves”. El vocero y su jefe, probable inductor, olvidan que aquella enmienda aprobada por el Parlamento era esencia explícita, no accidente, que carecía de todo soporte Constitucional. El Alto Tribunal no podía tomar diferente resolución porque dejar los órganos de gobierno judiciales en manos de una mayoría absoluta legislativa sería quebrar la independencia de poderes y el Estado de Derecho. Contra la lógica y San Agustín de Hipona repudian esta sentencia: “Errar es humano, pero es diabólico permanecer en el error por el orgullo”.  

Es evidente que los cambios que se pretendan realizar en la composición, reglamento y competencias del CGPJ y del TC en puridad debieran aprobarse en referéndum pasado el tamiz específico de ambas Cámaras. Cualquier otro itinerario se alejaría de los cánones democráticos para parecerse a golpe con ribetes populares. Cierto que Sánchez y sus múltiples, pero inanes apoyos, han rebasado unas líneas tácitamente pactadas en los inicios democráticos pese a incongruentes culpas dirigidas “ex cátedra” al PP. Pedro, iluminado por idéntica sinceridad que el pastor del cuento, proclama un disparate: “Tomaré medidas precisas para someter a los jueces”. PP responde con una majadería rastrera definitoria de su perfil menos inocente de lo que aparenta. Me refiero al vídeo cutre de la lotería. Han pasado dos siglos y el perfil político nos retrotrae al “duelo a garrotazos”, cuadro pertinaz y descriptivo que Goya pintaría tal cual si viviera para ello.

viernes, 16 de diciembre de 2022

PITKIN Y EL VOCABULARIO SANCHISTA

 

Ante el elitismo democrático (independencia absoluta del representante) y el radicalismo democrático (dependencia absoluta del representante ante el partido o la excentricidad ilimitada del líder) Pitkin afirma la independencia del representante, pero reconociendo obligada sensibilidad a las necesidades de los representados. Defiende que cuando se rompe “el contrato social” todo político ambiciona un poder extralimitado, distinto a justos intereses de los representados, el deterioro electoral debe someterse al sistema político. Aunque la fraudulenta situación tenga un concepto complejo, los medios desarrollan un papel preponderante, pero   únicamente puede oponerse la Jurisdicción (dispar al Poder Judicial) con una categoría procesal preferente, entendiéndose como cuna y aplicación del Derecho Constitucional. Tal Jurisdicción se fundamenta en la soberanía popular (poder legítimamente fundamental, único), Presidencia de la República (si fuese representación sistémica), el Rey y, en última instancia, el Ejército.

Si lo que está conformándose en España no es un golpe de Estado encubierto, se le parece mucho y, cuanto menos, sería aventurarse demasiado no ver una desnaturalización peligrosa del “Sistema” sin asomo nítido de alarma. El artículo 167 de la Constitución (al fin, Ella misma) salta por los aires quebrando cualquier contrapeso, propuesto por los creadores, en beneficio de una mayoría simple parlamentaria en temas fundamentales como es el CGPJ y Tribunal Constitucional, que los deja a la discreción de un césar autócrata o partidos con intereses bastardos. Suprimir el delito de Sedición (según el vocabulario sanchista, Desórdenes Públicos Agravados) o degradar “malversación” (Enriquecimiento Ilícito, en el glosario de nuevo cuño), son otros veniales gestos a camino entre una perturbada defensa de sus intereses personales y manifiestas avideces dictatoriales, no menos perturbadas ni perturbadoras.

Incluso lo más fraudulento e ilegítimo, alejado de cualquier proporción y justicia —por laxa que se entienda esta— se asienta habitualmente sobre perversiones bufas. Un proverbio peruano asegura que: “Los niños y los tontos dicen la verdad”. Sin que ninguno de dichos factores ande de por medio, en principio, la ministra Irene Montero con su acostumbrada soberbia, no exenta de arrogante impertinencia, manifestó: “Quienes cuestionan la legitimidad de las decisiones democráticas que toma el poder legislativo con las mayorías elegidas por la ciudadanía suelen ser los mismos que prefieren que manden quienes no se presentan a las elecciones” (recurso del vocabulario sanchista: la mayoría elegida es el único poder). Con tal argumentación, esta señora justifica, lava, en definitiva, legitima, el nazismo alemán en tiempos de Hitler. Ella sabrá.

La señora Montero (doña Irene) sintetiza la concepción que esta banda —con su amo incuestionado al frente— tiene del Estado y del Poder Democráticos. La sumisión y vasallaje de los poderes clásicos a la mayoría legislativa (entiéndase, ejecutivo), legitimidad democrática del sanchismo bajo la égida ideológica de Podemos (al decir del nuevo look lingüístico), somete el Sistema a esos apéndices, por tanto no sustantivos, llamados partidos y al individuo y sus derechos a la injuria más ofensiva. Así surgen modelos tiránicos, inexistentes en países del mundo libre, a menos que se demuestre lo contrario. Únicamente España presenta inquietantes señales de despotismo si no dictadura al uso. Confío en que los poderes del Sistema, legitimados por una soberanía popular arrojada de su genuino ejercicio, “encaucen” a quienes alteran la convivencia nacional.

Libre de decepciones en mis años mozos, algunos decenios atrás, creía en la política de Estado, de Sistema, pero nunca hubiera imaginado que PSOE (ahora sanchismo) y PP, solos o al alimón, hicieran de su capa un sayo, aunque este fuera inconstitucional pese al plácet de dicho Tribunal, cuestionado desde la sentencia favorable a la expropiación de Rumasa. Expongo también un silencio discrepante ante la constitucionalidad de la ley 1/2004 conocida como Ley de Violencia de Género que le costó la expulsión al juez Francisco Serrano Castro por presunta prevaricación. A lo largo de cuarenta años se ha ido consolidando el proceso, usando ese vocabulario, impartido ahora por un bipartidismo tóxico, de convertir al votante español en un súbdito —ingenuo, zote— imprescindible para políticos desaprensivos.

Las formas se han degradado tanto que, sin llegar al dogmatismo sectario y maniqueo de la izquierda, mantengo que la responsabilidad puede compartirse por igual con escasas matizaciones. Aquí residen silencios forzados de los partidos a excepción de Vox que se muestra puro, pero no especialmente limpio. Resulta penoso enredarse en disquisiciones profundas para estrellarte contra una realidad irreversible dada la sociedad y los políticos que tenemos. ¿Cómo es posible tanta apatía durante tantos años? ¿Qué sensación nos crea el abuso que exhiben diferentes rostros del poder? ¿Acaso nadie del Sistema posee dignidad suficiente para acometer su misión social, para poner freno a la desvergüenza? Silencios y sometimientos culpables nos llevan, ya lo estamos comprobando, a sufrir graves carencias económicas y morales. ¿Por qué perseverar?

Tras abolir del Código Penal Sedición y Malversación, objetivamente relevantes en cualquier Estado de derecho, se inaugura la variante tribal donde una camarilla informa y cambia Disposiciones, Leyes y Constitución, avasallando el dominio popular junto, todavía peor, al Sistema. Voceros del sanchismo —hay quien afirma que, en lugar de contar con dos mil asesores, precisaría sustituir algunos por tertulianos— justifican estos asaltos antidemocráticos recordando que el PP hizo “sus pinitos” cuando gobernaba. Si aquello fue abuso debieron pagarlo, pero nunca servir de pretexto porque el argumento ad hoc que justifica un delito se tiñe del mismo. El método se asemeja a la propaganda nazi, nefasta, estimulante (fundamento del vocabulario), de Joseph Goebbels. Más allá, preocupan los intentos insólitos de controlar el poder judicial con procedimientos arteros.

En ocasiones, lo extraordinario se vuelve ininteligible y cala mejor la simplicidad, lo cotidiano. Objetivamente, lo superficial no aporta el saber pleno, tampoco estimula la acción por convencimiento, aunque suele optimizar efusiones, poco racionales, supeditadas a sentimientos o instintos bajos mediatizados por un dogmatismo ciego. Rememoro, elecciones del dos mil cuatro, aquel eslogan de Rubalcaba “España no merece un gobierno que mienta”; tuvo, al menos, una acogida extraordinaria. Hoy, tenemos un gobierno que ha hecho de la mentira, propaganda e imagen, su programa único y la sociedad parece vivir en ese ámbito especial sin hacerse preguntas incómodas. Progresamos porque se va ahormando una sociedad que transige cualquier despotismo, a secas o endulzado por el nuevo y fraudulento vocabulario sanchista.

viernes, 9 de diciembre de 2022

REPRESENTACIÓN Y REPRESENTANTES

 

Hasta hace unos minutos no encontraba tema sobre el que trenzar algunos renglones ajustados al actual momento trepidante. Ayer, lunes, en mi acostumbrada partida al dominó con compañeros cultos —aunque pésimos jugadores— les sometí a sin par encerrona con resultado negativo. Manos mal que cayó en mis manos un wasap donde un diputado indigente, a la vez que trepa, manifestaba: “Ni tenemos rey, libertad y repúblicas. Las fuerzas políticas independentistas, soberanistas y republicanas firmantes de esta declaración queremos manifestar: la monarquía española y su máximo exponente, el rey de España, no nos representa. La sociedad catalana, vasca y gallega rechazan mayoritariamente la figura de una institución anacrónica, heredera del franquismo, que se sustenta en el objetivo de mantener e imponer la unidad de España y sus leyes, negando así, sus derechos civiles y nacionales que asisten a nuestra ciudadanía y a nuestro pueblo”.

Me repugnan los hipócritas y aprovechados. Por este motivo, sin responder a este tipejo (hasta ahí podíamos llegar), deseo aclarar un par de puntos. En primer lugar, nadie y menos un político que tiene una representación virtual en este país —como veremos a lo largo del artículo— puede arrogarse ninguna mayoría social. En segundo lugar, la unidad de España procede de los Reyes Católicos y las leyes, en el fondo, del Código de las Siete Partidas, otorgadas por Alfonso X en mil doscientos veintiuno. Respecto al anacronismo de la monarquía, podría discutirse; no así que sea heredera del franquismo. El silencio o reserva no llevan implícitas verdades confirmatorias e incuestionables como suele aducirse con exceso. Una persona íntegra, sea gañán o no, si siente repulsión por el sistema, la Constitución o el país donde vive, lo menos que debe hacer es vivir de la caridad de sus seguidores, no del vínculo denigrado. Delatemos a los fariseos.

La representación política tiene bases que no se ajustan a ningún código de conducta ética y menos a derecho. Es evidente que el representado cede sus arbitrios y privilegios públicos a representantes que, a cambio, aseguran adeudos de guarda hacia sus representados sin que, en España al menos, haya libranza o pagaré manifiesto, porque votar cada periodo de años, sin más, constituye una tomadura de pelo. Tal situación, es totalmente dominante, anómala, con menoscabo de derecho y hasta regodeo por un aventurerismo hediondo. Ese alejamiento palpable hace que la representación en nuestra llamada democracia tenga ribetes insólitos, dignos de profundas lucubraciones psicológicas. Decía Churchill que la “democracia era el sistema menos malo de los conocidos”. Ignoro a qué tipo de democracia se refería, si al conocido por él o era una hipótesis asentada sobre alguna que su meditación hacía digna de tal nombre o motejo.

Llevamos siglos advirtiendo que la retórica es el único cimiento entre un pueblo ingenuo, candoroso, palurdo y su clase política con parecidos alcances, pero dotada de desmemoria y, sobre todo, de ningún escrúpulo. Lo de arramblar ese porcentaje variable según acumule el erario público, se ha convertido en “instrucción” del buen político (en este caso ladrón, ya hecho hábito). Habrá algunos que puedan certificar —lo harían solo en el lecho de muerte— documentalmente que los políticos conocen a la perfección las más complejas técnicas financieras, los testaferros más indómitos y esos recónditos países donde afloran embozados paraísos fiscales. Al ciudadano de a pie le resulta imposible demostrar nada de lo dicho, ni tiene medios ni competencia para escudriñar ciertos signos externos que revelan o propician, dejan al descubierto, lo que pretende ser una incógnita.

Representación, en este contexto antedicho, es una especie de alienación en la que el sujeto no controla un bien que se vende a un extraño. Rousseau, Hegel y otros la traducen por extrañación, distanciamiento. Para el psicoanálisis alienación es una patología de la idealización y de la identificación. Se le equipara también a la “isla desierta” donde se impone la libertad bajo el arcano ciclo opresor. Cuenta con unos representantes, entre ellos los Ciprianos, contando y cantando bellos sueños de libertad hasta que llega el poder opresor e impone una tiranía sostenida. Veremos si Javier Lambán, presidente de Aragón, no paga ante el césar sus audaces y libres meditaciones. Hanna Fenichel Pitkin, profesora emérita de ciencia política, se pregunta si la representación política sea solo una ficción, un mito que forma parte del folklore de nuestra sociedad y se cuestiona si lo que hemos llamado gobierno representativo no es en realidad una competencia de políticos por el cargo. Preserva, por encima de todo, no a los partidos sino al sistema como bien común.

Nuestros representantes, pertenezcan a la ideología más “progre” o “facha”, demuestran interés nulo por el ciudadano. Nadie ni nada importa más allá de los líderes y sus secuaces que les llevan al podio. El resto son piezas, dicen, activas, necesarias y soberanas, de una democracia maliciosa que quedan fundamentalmente al amparo de la providencia. El recordado pacto contractual, por tanto adscrito a lejano compromiso casi jurídico, se convierte en desaire cuando no recibe un galanteo burlesco. Considero que cualquier contradicción entre lo dicho y luego hecho por el representante, rompe a todos los efectos el acuerdo social, político (aun el idealizado jurídico) y debiera sufrir las consecuencias punitivas que estén obligadamente establecidas de forma minuciosa. ¿Acaso hay algo que supere en decencia la custodia de un sistema y el bienestar de sus ciudadanos?

Ahora, en estos momentos, ocurre lo contrario. El partido, da igual su extracción ideológica, se ha convertido en sistema de forma ficticia, perniciosa y gravísima para los intereses de los representados, oficialmente dueños de esta democracia (el sistema) que todos los políticos le endilgan a la sociedad de forma invariada y postiza. Es decir, la democracia no nos pertenece. Actualmente la ocupan Sánchez (ni siquiera el PSOE), un sosia de Pedro Castillo —el peruano— PP, Vox, Podemos, ERC, JxCat, PNV. Bildu y minúsculos grupos que coadyuvan a que así ocurra. ¡Cuánta razón lleva Pitkin al asegurar que los representantes quedan arrobados ante una competencia casi belicosa por el cargo y luego, en ruptura (tal vez agresión) antinatural, constituir ellos el sistema!

Estamos a las puertas de la desaparición en el Código Penal de Sedición y Malversación por interés personal.  Hemos sufrido mermas en nuestros derechos constitucionales y ciudadanos. El Poder Judicial ve tambalear su independencia ante decisiones unilaterales y descontroladas. Un oscurantismo alarmante se ha adueñado del país. En suma, que esos condicionantes tácitos o explícitos entre representados y representantes son una filfa. En Perú, el intento de corromper el sistema por su presidente Pedro Castillo ha dado con sus huesos en la cárcel. Aquí, sin llegar a esos extremos, pero sí aguantar extralimitaciones oprobiosas, la impunidad se ha convertido en norma suprema. Sin duda, Perú no es España, pero todo puede y debe cambiar.

viernes, 2 de diciembre de 2022

FEIJÓO NO DA LA TALLA

 

No se precisan conocimientos estratégicos ni destrezas militares aprendidas al efecto; basta disponer de sentido común sin más. Si en una contienda un bando está fuertemente atrincherado, con amplio despliegue armamentístico, reforzado por varias partidas de implacables insurgentes y con aguerridas divisiones mediáticas, mientras otro le hace frente a cuerpo, solo armado de pacífica disposición esperando un afecto imposible, puede asegurarse que este último será pasto de buitres y otras alimañas rapaces. He dibujado el escenario a que se enfrentará el país en la larga campaña electoral. El sanchismo utiliza las más burdas, anticonstitucionales y disgregadoras decisiones —luego bendecidas por una recua de tertulianos mercenarios y batallones mediáticos— como si tras ellas se escondieran consagrados proyectos de justicia, hasta hoy desconocida, y bienestar.

Sánchez y su sanedrín carece de límites ni escrúpulos. Un oscurantismo desconocido le permite utilizar el Estado de Derecho (es tanto como “afiliar” a todos los españoles) para el personal interés del cacique. En un rasgo autocrático evidente, bordea, si no pisotea, la Constitución referida básicamente a las Instituciones y Derechos Ciudadanos. Los sucesivos intentos de someter al Poder Judicial, quebrando su independencia, constatan un inconfesable control dictatorial —visto también CNI, Tribunal de Cuentas y Centro de Investigaciones Sociológicas— hacia Instituciones básicas de la Nación. Durante la pandemia, aquellos Estados de Alarma instigados por “un comité de expertos”, más falso que Judas, fueron declarados a posteriori inconstitucionales. Vulnerar los derechos ciudadanos, ¿trajo alguna disculpa, dimisión o cese? Nada, y el PP tocando el violón.

Atenta, en un desenfreno estúpido e insólito, contra el pundonor de los españoles por sus arqueos ante quienes pretenden destruir, al menos, la convivencia nacional. Él mismo reconocía la imposibilidad de acordar nada con ciertos grupos situados en las antípodas de lo que podría denominarse “normal”. Por rememorar alguna declaración citaba, entre otras de parecido jaez: “jamás pactaré nada con Bildu” o “cualquier consonancia con Podemos me quitaría el sueño”. Hoy, realiza componendas individuales, innecesarias pero garantizándose el futuro, con Bildu. Podemos se ha convertido en imprescindible recíprocamente para mantener el poder él y Sánchez. Sobra la turbadora, pero bienamada disposición del independentismo inmovilista, reaccionario. Con esta compañía nada recomendable el sanchismo fuerza un futuro que exige ya inmediata fecha de caducidad.

Los acontecimientos descritos debieran tener respuestas contundentes. Sin embargo, la plana mayor de Feijóo recomienda moderación; una moderación que salta por los aires cuando se trata de Vox. Pareciera que el PP, en connivencia servil con Sánchez, quisiera recuperar un bipartidismo que este ya rechazó estentóreamente el 10 N de dos mil diecinueve. Desde hace un lustro, al PP le ha incomodado primero Ciudadanos y ahora Vox; nunca ese PSOE desaparecido tiránicamente bajo el imperio incontestable de un césar dominado por conciencia laxa, o sin ella, para asociarse con todos los extremos, habidos y por haber, sin el más mínimo sonrojo. Recuerdo la infamia perpetrada por Casado con motivo de la Censura presentada por Vox contra Sánchez. Hoy debería presentarla el PP, pero invoca desconfianza porque no tiene todos los ases bajo la manga.

La sociedad mayoritariamente, aun dentro de su apática ignorancia, ha decidido concederle a la izquierda toda reputación ética refrendada por inmovilidad y adhesión cómplice de la derecha. Escapa a toda lógica que el PP (sus líderes) se hayan dejado secuestrar un terreno en el que tendrían todas las de ganar resucitando la verdadera Historia del PSOE y los fraudes narrados sobre una derecha social sin apego al golpe ni a la dictadura. Franco consiguió que la derecha elitista nacional se uniera al alzamiento en defensa propia, para evitar su saqueo. No obstante, iniciar a estas alturas una Causa General sobre diferentes motivaciones de unos y otros, que terminaron con medio millón de muertos baldíos, me parece intempestivo y necio. Remover el pasado culposo a todos, no solo atenta contra el presente, sino que lo hace irreversible. ¡Pobre juventud!

Terminar con el sanchismo —sus desvíos y parámetros antidemocráticos, dictatoriales— se ha convertido en cuestión de Estado. Los esfuerzos de los españoles sensatos, previsores, deben ir encaminados hacia ese objetivo. Cierto que Fejóo no parece encarnar la indomabilidad de Churchill cuando dijo: “Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”. Al contrario, Feijóo les mece la cuna. De ahí su labor de zapa contra Vox, olvidando que sin él no puede gobernar y, visto lo visto, con él le aterra por lo que pueda insinuar un sanchismo que se ha saltado toda la normativa constitucional y abandonado cualquier expresión terminológica conveniente. Ayuso configura una auténtica tortura china para un Sánchez descompuesto (quizás desamparado) porque ve en ella el enemigo, único, indestructible. Feijóo, pese a las encuestas, no le quita el sueño.

El problema que arrastra el PP —por tanto, Feijóo— es que necesita fuerza moral para “atajar”, oponerse con la pureza de una Vestal, a las violaciones constitucionales del sanchismo. ¿Cómo puede reaccionar a los tejemanejes en materia institucional, lingüística o jurídica que lleva a cabo el ejecutivo de Sánchez, si todo ello se hizo con la connivencia y cooperación necesaria del PP? ¿Se necesita recordar que siendo Feijóo presidente de Galicia hubo oposiciones para funcionarios, abiertas a cualquier español, donde se exigió una prueba eliminatoria en gallego? Esta coyuntura le ilegitima, entre otros fundamentos, para resolver el obligado dilema del español en Cataluña, Valencia y Baleares. Ayuso no guarda ninguna lacra pretérita para manifestarse con razón, firmeza ni servidumbres sobre cualquier asunto. Motivo por el que Sánchez desata tanto esfuerzo desesperado, a la vez que infructuoso, para hacerla desaparecer políticamente.

Objetivamente, al PSOE puede quedarle una pizca de credibilidad si el personal recuerda a Felipe González, cosa improbable porque la socialdemocracia (salvo en Alemania) registra un retroceso histórico, por tanto de reputación, en toda Europa. Zapatero trajo descrédito; el sanchismo ha traído insolvencia y ridículo. Tal antecedente no da por bueno cualquier candidato para arrojar a Sánchez del poder. Se necesita una persona sin grietas, redonda, para que el farsante no pueda asirla de ningún recoveco. Para mí la candidata ideal es Isabel Díaz Ayuso, pero podría servir Elías Bendodo o cualquier joven líder autonómico excluido de viejos peajes. Se necesita alguien capaz de empatizar con Vox, Ciudadanos y partidos de la España vaciada bajo el lema indiscutible: “primero el ciudadano español”, sin dobleces ni estafas. No es momento de trivialidades ni errores.

viernes, 25 de noviembre de 2022

CURRÍCULOS YERMOS O ESTÉRILES

 

Rechazo pensar que la desdicha se haya cebado con este pueblo desde hace siglos porque no creo en espíritus vengadores ni tampoco antojadizos para penalizar salvaje y asiduamente a sociedades apáticas. Deduzco que la conjunción caprichosa, caótica, anárquica, de la idiosincrasia española y la corrupción instintiva que manifiesta el poder en nuestro país, al menos, ha permitido abusos en toda clase de regímenes hasta el presente. No es que hayamos tenido infortunio al contar con gobernantes lerdos, necios o tontos en diferentes grados, que también; asombra (incluso estremece), no obstante, que cuando la providencia ha colocado para regir los destinos patrios a un grupo instruido, culto, competente, el fracaso ha sido similar tal vez porque los intereses se hayan desvirtuado debido a su envilecimiento personal, ingénito.

Un aforismo popular, sabio como todos, constata: “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”. Los hechos históricos no desmienten tal afirmación; por el contrario, siglos de experiencia la hacen indiscutible. Quienes tenemos unos cuantos años, si el dogma deja limpios entendimiento y voluntad, podríamos rubricar algunas décadas de modelos presuntamente dictatoriales y democráticos. Charles Bukowski, al respecto, mantenía: “la diferencia entre democracia y dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes, en la dictadura no tienes que gastar tiempo votando”. Personalmente, comparto sin acotar una coma el mensaje de Bukowski. Preciso alegar que jamás estuve afiliado a ningún partido político ni sindicato; sí realicé los esfuerzos precisos para ser funcionario docente durante mi vida laboral.

Cuando murió Franco yo tenía treinta y dos años. Antes, mis prioridades eran estudios, futuro e hijos. Tampoco el carácter me infundía interés alguno por conocer currículos de diferentes gobiernos franquistas, aunque traslucían cierto carisma en su constitución. La lejana década de los sesenta fue famosa, reputada, debido a ejecutivos tecnócratas. Luego, durante un corto periodo, se hizo de la necesidad virtud llegándose a los Pactos de la Moncloa, en mil novecientos setenta y siete, donde los partidos legalizados acordaron acuerdos económicos, jurídicos y políticos. Más tarde, aparecieron desavenencias entre Suárez y el rey. Este —con fundadas o infundadas desazones— habilitó la alternancia socialista iniciando así un cambio de estilo que nos ha llevado hasta aquí. Reconozco, pese a errores gigantescos, condicionantes a futuro, que González modernizó el país.

Felipe González mostró un currículo denominado ilusión del que apena había participado en su hechura. Cierto que sus libranzas e integridad personales daban un plus de confianza suficiente para superar el exiguo currículo intelectual y profesional que puede atesorar un abogado laboralista. Luego tuvo una vida política llena de luces y sombras. Aznar, su sucesor, era Inspector de Hacienda, por tanto, mejor pertrechado a priori de títulos y experiencias laborales. Curiosamente, le sentó fatal la mayoría absoluta que no supo digerir con la moderación que las circunstancias requerían. Y eso que en la primera legislatura tuvo el desdén de hablar catalán íntimamente. Dejó una economía próspera (era lo suyo) porque supo domeñar la burbuja inmobiliaria. Luego los estros, quizás los siniestros, quebraron el encantamiento y vino lo que vino: Zapatero.

Es difícil olvidar qué circunstancia concurrieron en las Elecciones Generales de dos mil cuatro. Supusieron el premio a todas las infidelidades cometidas por Zapatero en León a su amigo y mentor Secretario General del PSOE leonés. Recuerdo cómo el día de reflexión (sagrado hasta entonces) Rubalcaba, presuntamente, ordenó cercar las sedes del PP al grito de ¡asesinos! El socialismo, acostumbrado, no inició injuria alguna a la Historia, pero alcanzó el poder sin limpieza democrática. En la praxis, fue peor conocer a Zapatero: un político, junto a su tercera vía, anodino, poco formado, infantiloide, cuyo currículo laboral detallaba tres años como profesor asociado en la Universidad leonesa. Su idea de Estado propendió a “la alianza de civilizaciones”. Ni economía, política institucional, separación de poderes, nada que “escamoteara” aquella esencia.

Me detengo porque aquel gobierno vino tras un acto terrorista, el mayor en Europa, que costó la vida a casi doscientas personas junto a miles de heridos. Jurídicamente se consideró concluido tras una resolución con bastantes incógnitas por resolver. Complejidades y terrenos pantanosos pudieron ser razones de peso para probablemente cerrar en falso aquel hecho terrible. A caballo, henchido y gozoso, vino el primer presidente con hechuras de dejar el país en la miseria. Qué podíamos esperar de quien dijo en el prólogo al libro de Jordi Sevilla, Nuevo Socialismo: “En política no hay ideas lógicas… Todo es posible cuando carecemos de valores y de argumentos racionales”. Como algo esperado, consiguiente, razonable, el absurdo ocupó el poder y nos llevó a la “champions league”. ¿Recuerdan?

Rajoy —quedamente tranquilo, exánime— cosechó por acción de Zapatero la segunda mayoría absoluta más abultada de la Transición. Socarrón, pero sin apresto ganador, pasó penando legislatura y media hasta que las cañas peneuvistas se transformaron en lanzas perjuras y letales. Político intelectual y culturalmente notable, tuvo una actividad estéril cuanto a los frutos recogidos; pues la desidia acabó ocultando su entendimiento. Resulta inolvidable la ignominiosa huida a un bar mientras se celebraba una moción de censura que él cría ganar por tener al PNV “atado y bien atado”. Las inestables quiebras nacionalistas (independentismo de ocasión) se han descubierto demasiado exigentes. Jamás podrá consolidarse España como nación única, indivisa, mientras otros intereses con inmenso poder posean una llave totalmente antinatural, falsaria e impropia.

Termina el artículo, quizás no (o si) con el peor currículum de los presidentes. Sin duda, de forma incontrovertible, es el más estéril incluso desde los gerifaltes de Atapuerca. Nunca este país había conocido un político deslegitimador del Estado de Derecho, impostor, falso e impresentable. De traicionero, ni hablamos; aunque su defección no espante a la bajeza moral y patriótica que destila. El mandarín y su vanidad necesita derrochar sin tiento para asentar una egolatría enfermiza, psicótica, dejando al personal extenuado a impuestos confiscatorios. Mis palabras parecen exageradas, pero si analizamos detenidamente, en limpio, sin hojarasca (quitando propagandas, escaparates, imagen, palabrería vacía), lo hecho por tan siniestro personaje, llegaremos a la conclusión de que hasta he podido quedarme corto. El gobierno está a la altura, abarrotado de mindundis. La arrogancia mostrada por Irene Montero indica solo el atrevimiento propio de una ignorante. Félix Bolaños, desconoce la Historia o miente cuando afirma que el “PP no le va a dar lecciones al PSOE de lucha contra el totalitarismo fascista o contra Eta”. En mil novecientos treinta y seis el totalitarismo marxista era el PSOE, no la CEDA antecedente real de esta derecha social.

viernes, 18 de noviembre de 2022

TONTO ÚTIL Y DESUBICADO

 

Estamos —más que cautivos, ensartados— en este debate tedioso y superfluo, a la postre, del final legislativo de sedición. Se argumenta como fundamento de peso el que ningún país europeo contemple dicha figura penal en los textos legales. Completa la falacia una “exigencia” comunitaria para acoplarnos con Europa. Al igual que la falta de literatura picaresca no sostiene un mundo ingenuo, probo, la ausencia del vocablo sedición no da pátina de quietismo vehemente. Sedición por sí misma ni es acicate ni hipnótico; al presente, constituye un falso enfoque discursivo. Hermana menor, inocente, casi cándida, de sublevación (hoy desaparecida del tronco familiar) hasta ahora pasaba desapercibida, pero esta coyuntura extraña le ha hecho presidir brevemente el candelero informativo. A poco, finará físicamente y su hermana mayor seguirá en paradero desconocido.

Cierto que ambas figuras penales de anatomía semejante, pero distinta condena, siempre fueron bendecidas por una izquierda desaprensiva y democráticamente peregrina. En el pasado, tales apuntes legislativos significaron un freno para el convulso siglo XIX lleno de asonadas y golpes provenientes principalmente de la derecha social y castrense. Luego, todos asaltaron aquellas leyes por procedimientos contrarios no solo a la norma sino a la justicia y al pueblo que veía impotente, incluso cohibido, las desvergüenzas del poder. Pasó con el golpe de Jaca, en mil novecientos treinta, donde (salvo los capitanes Galán y García Hernández) a todos se les conmutó la pena y luego, meses después, amnistiados. Igual ocurrió con el golpe de Sanjurjo en mil novecientos treinta y dos, amnistiado en el treinta y cuatro. Indalecio Prieto y Companys, responsables del alzamiento en Asturias y del Estado Catalán, fueron amnistiados dos años más tarde de protagonizar tales sucesos.

Las derechas, en sus diferentes formulaciones y complejos, jamás han iniciado textos legales con referencia a delitos de sublevación y sedición. La primera vez que aparecieron en el código penal fue en mil ochocientos veintidós, durante el trienio liberal. Con posterioridad, se revisa en mil ochocientos cuarenta y ocho, mil novecientos treinta y dos y mil novecientos noventa y cinco, todos gobiernos liberales o de izquierdas. La derecha ha sido incapaz de proponer restricciones a la transgresión porque durante mucho tiempo fue su personaje principal. No es que la izquierda, desde su nacimiento, le hiciera ascos a agitar al pueblo, ni mucho menos; pero el sino tiránico característico exime de cualquier remilgo legal: simplemente circunvala o elude la Ley. Acaso sea plagio, anhelo o desenfreno; no obstante —dentro de la moderación diestra, incluso acatando la Ley— apenas existe al respecto distancia sustantiva entre izquierda y derecha.

Esta derecha patria, estéril, incapaz de gestar o derogar sedición dentro del código penal, nunca revertirá su caída, pese al compromiso de Feijóo. Estoy convencido de que cuando el PP tenga mayoría parlamentaria no tocará la Ley que “descubra” este desalmado y ambicioso personaje. Lo que en adelante se denominará Desorden Público Agravado va a beneficiar casi en exclusiva al independentismo catalán y vasco. El resto de la ciudadanía puede sufrir incómodas repercusiones por un “quítame allá estas pajas” a consecuencia de esa ambigüedad contenida en el título del texto legal. PSOE, PP y ahora sanchismo, han vendido su alma al diablo nacionalista (hoy independentismo acérrimo e inacabable) a cambio de una gobernanza tranquila. Todo ello se ha ido gestando en cuatro décadas de nefasto bipartidismo sin cambiar la Ley Electoral. Cosa distinta son las excusas dadas para seguir alimentando el monstruo que nos devora. 

Los nacionalismos —independentistas o no, al fin un matiz acomodaticio— por muchos afijos con que se acompañen, son partidos ultras, nazis en su pragmatismo solar o hábitat diferenciado. Quien crea ver algún principio marxista en la CUP, Bildu, o doctrinas similares, se equivoca de pleno. Con mayor motivo, si considerase izquierda a ERC donde se cobija y ubica la burguesía liberal catalana. Para qué hablar de Junts o PNV portadores del estigma altoburgués catalán y vasco. Al compás, hay partidos camaleónicos, camuflados. Son el PSC y PSE, nacionalistas y constitucionalistas a ratos, según convenga dentro de su atavismo republicano. Aconsejaría al lector curioso, interesado, que analizara la historia del PSOE desde el segundo decenio del siglo XX, al menos.

La derecha nacionalista catalana y vasca (en su amplia mutabilidad, sin complejos al contrario de su sosia nacional) ha sido padre putativo y benefactor único del prometido destierro del término sedición y probable cambio de fisionomía textual en “malversación”. Ello, a la sombra antojadiza de un individuo insaciable, sin escrúpulos, desprestigiado y nocivo. Sánchez y su codicia están resultando el tonto útil de una derecha atormentada, medrosa, incapaz de imponer sus criterios e intereses sin el plácet siniestro. Esta derecha social —salvo algunos, mejor algunas, ejemplares rebeldes, con personalidad arrolladora— al contrario de la nacionalista se muestra pusilánime, de respuesta nula ante una oposición disipada y fulera. Ignoro por qué acepta una falsa supremacía ética de la izquierda, así como “cargar” con la ficción de heredera franquista.

El último escollo, por ahora, que le queda a Sánchez para disfrutar un año más de cuatro palacios, Falcon y Puma, es “velar” el concepto malversación. Gabriel Rufián —célebre y prestigioso jurista, dueño además de un loado sentido común— dijo, desconozco si como velada amenaza o “pertinente” sugerencia, que la malversación debería cumplir una labor quirúrgica. Se ignora también si el “tajo” quirúrgico se refería solo a condenados por el “procés” o incluía corruptos socialistas andaluces. Malversar es apropiarse o destinar los caudales públicos a un uso ajeno a su función. Sin embargo, se empiezan a oír voces que discriminan entre si lo apropiado queda a disposición del malversador o lo reparte a otras personas. Según se de una circunstancia u otra, la pena será mayor o menor cuando se juzga únicamente el hecho, su cuantificación, no los arrabales posteriores. La apropiación, por lógica, sería delito distinto y su pena unitaria, firme, inmutable.

Parece haber pocas dudas de que, en adelante, los independentistas podrán elegir entrambos caminos con total impunidad: volver otra vez a la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) o exigir financiación y competencias abusivas, en detrimento del resto de Comunidades, rompiendo la solidaridad y conciliación nacional. Como lo he expresado anteriormente, pese a tanta vestidura rasgada por diversas cuestiones, solo hay dos culpables. No importa ya la autoría sino esa obcecación sempiterna. Tal contingencia permite que catalanes y vascos, de facto, tengan un peso esencial en la gobernanza de España. Conforma una inexplicable paradoja que quienes renuncian a ser españoles conlleven, si no conducen, los destinos del país. Veremos en breve si la sociedad permite tanto cesarismo antidemocrático puesto en práctica por un Sánchez necio y desubicado.

            

viernes, 11 de noviembre de 2022

ADOCTRINAR LOS INSTINTOS

 

Vimos sorprendidos, porque no implicaba ninguna necesidad social ineludible, el inicio de la Ley 52/2007 de veintiséis de diciembre, llamada Memoria Histórica, ratificada por Zapatero y su mayoría parlamentaria. Hoy, nos sobrepasa la Ley 20/2022 de diecinueve de octubre, denominada Memoria Democrática, proyectada por Sánchez en una maraña terminológica pues la Guerra Civil se libró entre fascistas, al decir de unos, y marxistas totalitarios, según otros. Nadie menciona que hubiera demócratas en ninguno de los dos bandos, seguramente por no tener constancia de tal coyuntura. El objetivo, doble, es calificar de demócrata al bando perdedor (al final, como siempre, perdió la sociedad española fuera de toda adscripción política) y nacionalizar con interés electoral a nietos de exiliados. Este proyecto último sería justo si no naciera de una Ley disgregadora y fraudulenta.

La Ley de Memoria Democrática —además de postiza, falsa, tergiversadora— es maniquea. Divide a los contendientes en malos, malísimos, y buenos, bonísimos, cuando la realidad dista mucho de sendos epítetos. A lo sumo, se dieron alternativamente en ambas facciones sin que supusiera característica permanente, ni tan siquiera usual. Las consecuencias visibles, innecesarias, tópicas, se centran en la exhumación de restos que llevan más de ochenta años descansando en sus tumbas, fosas comunes o cunetas para reavivar un odio miserable, útil para todos. La izquierda más o menos extrema supone que esos rituales crean una atmósfera emocional diferenciada en determinadas personas, presuntamente frías a la hora de depositar su voto. Es decir, la Ley está urdida como estímulo, no para reparar supuestas impunidades históricas.

Pese a lo dicho, Susana Díaz promulgó la Ley 2/2017 de dieciocho de marzo, apodada Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía. Era todo un referente, una mezcolanza de lo antiguo y lo moderno, un cachivache dinámico con raíces antañonas, pero envoltorio innovador. Su ampulosidad, no obstante, le sirvió de poco pues perdió las elecciones autonómicas, tras más de tres décadas atesorando el famoso clientelismo, en enero de dos mil diecinueve a favor de Juan Manuel Moreno Bonilla. Lo predijo James Carville, director de campaña de Bill Clinton, cuando dijo: ¡”es la economía, estúpidos”! EEUU estaba en recesión y Carville entendió que ningún tema, fuera de la economía, interesaría a los electores. Constituyó el error de Susana Díaz y probablemente el de Sánchez al hacer hincapié en algo sin incentivo para la gran masa social. 

Veo similitud entre la epistemología (teoría del conocimiento) que transfiere criterios para justificar o eliminar conceptos, como verdad y otros, con el deseo de adoctrinar los instintos en sus variantes y calidades. El conocimiento se vertebra en el intelecto mientras los instintos son receptados por vísceras nauseabundas cercanas a una vida inferior, animal. Considero que el gobierno, con ayuda inestimable de los medios, está empeñado en el guerracivilismo y el deterioro de Ayuso. Está todo planificado según puede advertirse viendo los medios audiovisuales. La sexta intercambia la “terrible” situación hospitalaria madrileña, con la guerra de Ucrania. Llevan días centrados en esas dos informaciones: Una para reconquistar Madrid —imposible según encuestas de última hora— y otra para descargar sobre ella la, no por falseada, terrible, angustiosa, situación económica patria. Peor aún, se otean cercanas perspectivas de agotamiento generalizado.

Instinto, en forma singular, es un conjunto complejo de reacciones exteriores determinadas y adaptadas a una finalidad de las que el sujeto no tiene conciencia. El psiquismo humano incorpora un determinismo ajeno a lo biológico. La vida social, desde este enfoque, se encuentra entramada con la cultura, las formas de producción y dependencia mutua. Sigmund Freud considera que no existe el instinto; en su lugar actúan pulsiones. Konrad Lorenz conforma un modelo denominado “puntos fijos de acción (comportamiento) que responden a estímulos llamados “llave” y operan sobre “mecanismos desencadenantes innatos”. Pávlov y el “condicionamiento clásico” consolida también la tesis sobre el adoctrinamiento de los instintos. “Instintos” adquiere cierto grado de maldad, incluso perversión, respecto a su singular.

Desde mi punto de vista, el gobierno está adoctrinando “los instintos”, las entrañas, los aspectos irracionales del hombre, que conforman la “llave” para desencadenar reacciones determinadas. Al mismo tiempo, realizan experimentos condicionados para lograr (intentar, al menos) fines concretos. Solo así puede entenderse la exhumación de los restos de Queipo de Llano, verbigracia, a quien apenas conocen en Sevilla y que no forman parte de ninguna preocupación social, salvo fantasmagoría de retrotraer el enfrentamiento cainita con remates electorales. Quisiera hacer un alto, asimismo, entre Memoria Histórica y Memoria Democrática, ambas pura invención y recreación pues no se corresponden con ningún modelo estudiado por la psicología experimental. La primera integra todos los hechos mencionados por la Historia; la segunda, únicamente la correspondiente al gobierno del frente popular, con presunta legitimidad democrática, y los alzados contra él; un revisionismo putrefacto y repugnante.

Resulta intolerable que al Frente Popular se le considere gobierno legítimo, democrático, de la Segunda República Española y sin embargo Hitler, surgido democráticamente de la República de Weimar, sea tratado de ilegítimo y nazi. Una muestra más del diferente rasero utilizado por la izquierda marxista y totalitaria. ¿No es respuesta internacional suficiente el hecho de que los primeros países en reconocer a Franco fueran Gran Bretaña y Francia? Siguen sin enyugar el apelativo “fascistas”, otorgado por los partidarios de la Tercera Internacional comunista, y la venia democrática de Gran Bretaña y Francia concedida a Franco. Ocho decenios después, seguimos en trincheras similares de forma artificiosa, exacerbada y cruel. Cierto que la ONU, donde la URSS tenía derecho de veto (que ya era el colmo), pidió la retirada de embajadores en la calificada España dictatorial.

De pronto aparece lo que puede ser el estertor de esta fisura social que malinventó Zapatero administrándole un apellido inconveniente, delator, y que Sánchez —mucho más inepto, pero experto publicitario y agitador— pulió sutilmente mediante apéndice abracadabrante: democrática. El plus de eficacia aparente lleva implícito su propio sepelio. Aquel vocablo complejo, casi inexistente en la práctica, falsea (sobre lo ya cuestionable) hechos y vicisitudes; más cuando hace distinciones oníricas si no psicóticas. El presidente y, bajo su batuta, gobierno, medios, comunicadores, sindicatos, conmilitones, proyectan el adoctrinamiento de los instintos inferiores, siguiendo probablemente las tesis de Konrad Lorenz y su “llave”. Sospecha que tal vez tenga perdidas las elecciones, pero no concibe siquiera que enterrará para siempre una memoria apócrifa, malintencionada, imposible. Como dijo Galileo, “eppur si muove”.

viernes, 4 de noviembre de 2022

CONSENSO ROTO

 

Este título, que parece la analogía de una película legendaria —lanza rota— no es ni más ni menos que el disgusto enrabietado, algo infantiloide, de Podemos (ver las declaraciones venenosas de Monedero) por no haber podido colocar a la jueza Rosell en el CGPJ. Todo procede del erróneo análisis-predicción que algunos líderes realizaron. Iglesias, allá en el lejano octubre de dos mil catorce, se dejó decir arrogante, endiosado ante triunfos anormalmente brillantes: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Un año después, en las elecciones generales de noviembre de dos mil quince, Podemos obtuvo sesenta y nueve diputados. Aquel éxito debió producir un efecto entre iluso e ilusorio a todo el conjunto de coautores. Surgieron demasiado pronto afectos contradictorios, envidias y ambiciones personales, incompatibles con el conjunto armónico.

Iglesias, un estalinista metódico, purgó enseguida a Errejón y Bescansa fragmentando el partido en banderías que ya existían dormidas. Monedero, hábil, prefirió acumular un poder periférico que lo ponía a cubierto de cualquier eventualidad. Casi de inmediato fue abanderado político de la facción mayoritaria comandada por Iglesias. Vocero tendencioso algunos años en medios concretos, ahora intenta defenderse de varios procesos abiertos por presuntos delitos fiscales y —de uvas a peras— a desbarrar contra el PP. Le falta casi todo para ser buen profesor, en sentido clásico del término; como con el vino excelente, no basta con tener color Burdeos ni tampoco cierta entidad o presencia. Para ser un buen vino, primero hay que serlo porque si no hay materia hablar de cualidades es pura inconsciencia. Un bulto con conocimientos no puede ser buen profesor.  

Sánchez —sin poder “torear” al PP, único que quedaba por tomarle el pelo— está tan encolerizado como Podemos, por torpedear ese prurito pundonoroso que tiene a gala e impedir el presunto “arreglo” de un futuro incierto. Ultrajado su egocentrismo, ha ordenado un ataque frontal contra quien no tiene especial culpa: Feijóo. Ministros y tertulianos braman al compás del mismo eslogan, propaganda o epíteto. El presidente del PP, dicen, es un irresponsable, antipatriota que burla la Constitución y antisistema convencido. Tanta infamia, tan grueso aparejo de epítetos, tampoco justificaría la falsa realidad que le quieren colgar. En última instancia fueron los votantes y barones quienes evitaron la desaparición política del presidente recién llegado, preso de cobarde fogosidad. Socialmente desgastado, le quedan pocas opciones para rectificar el yerro.

Dos son los argumentos que utiliza el sanchismo contra Feijóo. Ambos, igualmente perniciosos para sus intereses electorales, suelen salir de bocas diferentes. Con la pequeña, afirman que Ayuso le ha doblado el brazo. Con la grande, aseguran que el presidente del PP es un político anticonstitucional e irresponsable.  A Ayuso no quieren ni nombrarla porque cada vez que lo hacen “sube el pan”; es una pieza intratable. La caza se ha centrado en el “poco respeto constitucional” que muestra Feijóo. Sin embargo, la realidad (siempre machacona) revela que fue el PSOE quien traicionó espíritu y letra de la Constitución. Ocurrió el año mil novecientos ochenta y cinco sin que por aquella fecha la oposición, revestida de incógnito, latente, oculta, expresara ninguna impugnación. Antes bien, se adscribió a aquella frase de Alfonso Guerra y que suponía el final de la independencia judicial: “Montesquieu ha muerto”. ¡Larga vida a la arbitrariedad partidaria!, pudo pensar.

El artículo ciento veintidós, referente a la ley orgánica del poder judicial, en su punto tres dice: “El Consejo General del Poder Judicial estará integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el Rey por un periodo de cinco años. De estos, doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales en los términos que establezca la ley orgánica, cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados y cuatro a propuesta del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con más de quince años en el ejercicio de su profesión”. En mil novecientos ochenta y cinco, Alfonso Guerra —haciendo una interpretación libre del texto legal, según el cual las Cámaras elegirían ocho vocales— cambió la encarnadura constitucional, por su cuenta y riesgo, haciendo que todos los vocales fueran elegidos por diputados y senadores respetando procedencias y cualidades de los representantes; es decir, doce entre Jueces y Magistrados y ocho entre juristas de “prestigio”.

Cierto que, a lo largo de años, el PP ha sido cómplice de este cambio a espaldas del pueblo. Cierto que se ha beneficiado del control judicial. Cierto que ha puesto dificultades solo cuando pretenden desalojarlos del banquete haciéndolos vanos e inservibles. Se han quedado sin fortaleza moral, pero constitucionalmente piden lo justo: que los jueces se elijan a sí mismos, no los Parlamentos. Esto dice espíritu y letra del texto original. Pese a todo, si volvieran a tener posibilidad de repartirse PSOE (no sanchismo) y PP el gobierno de los jueces en condiciones de igualdad, volverían a aceptar el trapicheo constitucional. Todo sea por la continuidad, sin sombras, de un bipartidismo que los acontecimientos han confirmado nefasto. ¿Quién de ambos escamotea nuestra soberanía? Pregunta clave.

Se afirma con frecuencia (ignoro si con certidumbre) que desde el primer momento los jueces clamaron por su autonomía. Considero que los dos partidos principales han intentado quebrar esa independencia judicial a través de sus órganos de poder. No obstante, quienes se rinden son los jueces sometidos a estímulos mundanos, alejados del juramento que les exige impartir justicia sin desviaciones intencionadas. Dicho de otra forma, la politización de la justicia constituye el escenario favorito de los jueces. Nadie se dobla si uno no quiere, pero hay excusas con intenciones convincentes, en ocasiones paradójicas; tal vez, la mayor parte de las veces ininteligibles.

El PP proyecta quitarse cualquier responsabilidad que Sánchez y su tropa le imputan, día sí y otro también, al fracasar la compleja y reñida renovación del CGPJ. Niego que la inocencia anide o arraigue de forma espectacular, ni tan siquiera estándar, en ninguno de los belicosos contendientes. Objetivamente, a través de la Historia, los partidos siniestros y nazis son quienes han cimentado su doctrina usando la propaganda como principal, si no único, motor de adoctrinamiento social. Cuando se han destruido los engranajes nacionales, morales e institucionales y las crisis económicas aparecen por el horizonte, surgen intentos desesperados de dominio pleno. Llega el momento exacto de romper los consensos igualitarios para conseguir presuntos equilibrios o, desde otra orilla, ventajas espurias. Llegamos así al enfrentamiento social, pretensión de los que huyen hacia adelante porque tienen todo perdido.

viernes, 28 de octubre de 2022

DOPAJE ANTIDEMOCRÁTICO

 

Hace años se puso de moda política la expresión “dopaje” para indicar que cierto partido o partidos concurrían a las elecciones con medios económicos fuera del concierto oficial. Recuerdo a cabecillas de Podemos, luego ministros y ministras (en curso todavía), echando pestes de Rajoy por presuntas irregularidades o ilegalidades que conformaron el caso Púnica. En el fondo suponían doscientos cincuenta mil euros declarados, presuntamente, en facturas falsas. Ahora llevamos meses de precampaña en donde el ejecutivo social-comunista, sin excepción, gasta millones bajo el biombo sospechoso de realizar dispendios huérfanos de justificación sin otra finalidad, dicen, que satisfacer el bienestar social y dar cumplimiento a su facultad gubernativa. Además de raseros diferentes, según la ocasión y relevancia, exhiben un cinismo notorio, histórico, terco.

Si bien ahora sorprende el silencio estruendoso de aquella todavía élite universitaria, no se queda atrás la magnitud de las cifras barajadas, y eso que solo estamos en los inicios. Confrontar un cuarto contra varias decenas de millones —ya dilapidados y a la vista del año electoral que nos espera—  parecería maniobra insólita, absurda, propia de una casta inmunda. Lo más grave, sin embargo, y de ahí su vileza antidemocrática, constituye el origen del dinero que permite obtener ventajas inequívocas. En el caso de Rajoy, de forma más o menos irregular (incluso ilegal, a las malas), procedía de donaciones particulares. Este del progresismo social-comunista procede de la caja común, de todos los españoles, y que alguna ministra, “experta” en derecho constitucional, aseguraba que no era de nadie. Con semejante análisis, hablar de malversación sería un disparate.

Además del sigilo oficial —que atenta contra cualquier portal de transparencia harto publicitado— el mutismo transgresor (ese que descubre los auténticos intereses u objetivos de quienes suelen proclamarse garantes de las gentes) es la respuesta acostumbrada ante tanta indignidad. Cambian el discurso, pero no la vehemencia porque su impronta parece estar siempre saciada de sugestivas razones. Ellos, mayoritariamente, se han recubierto de una pátina intelectual, erudita, que la sociedad permite adoctrinada por unos medios vendidos, altivos, ultramontanos. Este permanente proceso de idiocia pública, iniciado en los primeros compases de la transición, ha constituido la auténtica involución del desarrollo democrático al socializar una semántica nueva que ha ennegrecido valores sempiternos mientras blanqueaba conceptos abominables, infames.

Dopar, en expresión del Diccionario de la Real Academia, significa administrar fármacos o concentrados estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo, a veces con peligro para la salud. Antaño, se recortaba el ámbito de su acción a personas que vivían en permanente estado de excitación, asimismo de ausencia y derrota, gracias a sustancias estupefacientes. Luego las chicas de Podemos —cual paisajes paradójicos, sin ocultar hechizos ni afanes— enmadejaron estímulo y política atrayendo una metáfora viscosa que ampliaba peligrosamente la lingüística social. Ahora, en palabras de Ramón Espinar, se han conjugado de forma arbitraria e incontestable (al parecer) ambos estímulos, uno de ellos con retórica caduca. Según Espinar, los lavabos de cualquier parlamento son lugares donde se consume más droga que en garitos específicos de grandes centros urbanos. Aquella metáfora nefasta, maldita, ha cambiado usos y costumbres, aunque algunos no necesitaran sardinas para beber vino.

De vuelta al énfasis político, no solo se dopa uno en periodo (pre) o electoral sino, cogido el gusto al reconstituyente, lo hace siempre tanto en el poder cuanto en la oposición. Desde luego, con mayor ahínco en el poder porque al protagonista le resulta gratis. La oposición tiene también unas finanzas adscritas a intereses livianos, cuando no totalmente perdonables. Las comparaciones son odiosas, suele asegurarse sin distingos, pero su ausencia supone una injusticia imperdonable. Unificar selectos niveles de maldad o bondad según la sigla me parece, más que retrógrado, infantil, ingenuo. Desde mi punto de vista, el poder tiene ventajas económicas evidentes, incontestables. Basta con sumar las cantidades atribuidas a la oposición y las desconocidas (aunque ingentes) que se malician a los diferentes miembros de un gobierno por austeros que sean. No es el caso.

Ignoro qué realidad presenta la izquierda democrática europea, pero el hecho de que Sánchez (político falaz, tiranuelo y miserable, donde los haya) pueda presidirla por falta de rival muestra su debilidad orgánica. Imagino que conseguir una candidatura exclusiva e informe, aparte hipotética seducción, ha necesitado ratificar cesiones por doquier. Es decir, nuestro presidente llega a la Internacional Socialista dopado al máximo. Hay coyunturas, particularidades, que escapan a mi capacidad de discernimiento aun considerando la enorme voluntad que sacrifico para descifrar tamañas aberraciones. Pese a que Europa, el Mercado Común, tenga descosidas las costuras igual que nosotros perdonamos, existe sutil invitación al poder vano.  Está claro que la experiencia nacional no nos facilita, al menos para mí no, comprender lo que ocurre allende nuestras fronteras.

Los medios saltan de nuevo a la palestra como primeras y genuinas herramientas de dopaje. Pudiera pensarse que el crédito o descrédito del individuo conforma determinado criterio social. Craso error. Hoy, quienes determinan las corrientes de opinión son ciertas superestructuras mediáticas. Por este motivo, el poder —sobre todo totalitario— exige controlar los Mass Media para evitar voces refractarias a la oficial. Considero peligroso dicho proceder porque, debido a su manipulación y adoctrinamiento, la libertad individual queda en entredicho y, de rebote, su eficiencia democrática. Este uso es, en lectura libre, técnica excusada de dopaje, al igual que recelar del opositor para eliminarlo de la contienda política. Que “Sánchez sea el jefe de una banda criminal”, pronunciado por García Gallardo no tiene más, tampoco menos, carga punible que “el PSOE es el partido de la cal viva” dicho por Pablo Iglesias. Ambos acechan el mismo objetivo.

Ir dopados a unas elecciones significa llevar ventaja sobre el resto de contendientes. Deduzco que cualquier líder busca curiosos entresijos para lograrlo aun bordeando la ilegalidad. No obstante, lo que está ocurriendo ahora mismo en España es algo inédito: el gobierno, a pleno pulmón, lleva tiempo ocultando información sobre aspectos sanitarios, económicos, sociales e institucionales. Tal marco favorece un prestigio inexistente, adormecedor, opiáceo. Pero el lema u obligación estentórea, que diría aquel, queda corto (tanto como algunos personajes conocidos) si lo comparamos con los fondos públicos, léase Estado, presuntamente puestos a disposición y gloria de Sánchez para ir superdopado, que no superdotado, a elecciones internas e hipotéticamente a presidir el socialismo internacional. ¿Gesto democrático? ¿Polémica? La misma que en una jugada del dominó cuando se presenta un cierre y quien lo tiene pregunta ¿fichas? El compañero, que esconde numerosos tantos, responde tramposo: ¡uy fichas, fichas! Voz de mandarín.

viernes, 21 de octubre de 2022

TENER LOS OJOS LLENOS DE PAN

 

Recuerdo, iniciados los años cincuenta del pasado siglo, que los escolares éramos clasificados con los siguientes apelativos: listos, zoquetes, humildes, díscolos y huraños. A excepción de listos y humildes, el resto “tenían los ojos llenos de pan”. Con ello se daba a entender que los estómagos vacíos se prestaban a recibir toda clase de alabanzas, incluso halagos, en aras de compensar (indemnizar) las penurias económicas. Por el contrario, malos estudiantes, niños díscolos o huraños tenían comportamientos de estómagos llenos, de ahí el remoquete formativo. Este comentario estaba lejos de profetizar cualquier realidad que supusiera hartura personal u opulencia familiar. Antes bien, suponía una metáfora paradójica que se aplicaba sin ninguna autenticidad, salvo el hecho probable de identificar —con inventiva y cierto resentimiento— solvencia económica y estolidez intelectual y moral.

Ignoro si la frase tendría valor probatorio porque en mi infancia no conocí ningún niño rico. A decir verdad, personalmente no acostumbro a recorrer espacios comunes con nadie que pueda vivir de las rentas; es decir, aproximarme a ningún rico “de cuna” o de “otros orígenes”. Puedo atestiguar, sin embargo, que hoy (pese a haber perdido actualidad la susodicha locución) han aumentado sobremanera quienes muestran los ojos empanados, cegatones. Si no se debe a fortuna, diluida entre crisis, IPCs enloquecidos e impuestos confiscatorios, hemos de admitir que aquel dardo compensatorio y consolador, se ha convertido —aun ilusorio, teatral— en actual y justificada arma arrojadiza sin conexión semántica ni metafórica. La pregunta resulta inapelable, no pintoresca: ¿Todavía hay gentes que tienen los ojos llenos de pan? Respondan ustedes.

Creo haber encontrado, entre la élite, individuos que remontan aparentemente a los necios, antiguos sujetos con ojos henchidos de pan. Aunque lo provocaran, porque son casos señalados, insólitos, demasiado patentes, habría que juzgarlos más allá de la primera impresión. Por encima de si son galgos o podencos, tienen un detalle sospechoso, casi clarificador: consideran al resto personas de plastilina con las que experimentar a placer. Esos son los peligrosos. En España tenemos un caso paradigmático: José Félix Tezanos y sus encuestas “bárbaras”. Cuando todos los sondeos de la última semana dan ganador al PP, aparece el señor Tezanos abarrotado de pan, digo…de medios a plena disposición y desbarra. Su encuesta iza al PSOE (inexistente) a lo más alto con una ventaja de cuatro puntos sobre el PP de Feijóo, ambos (PP y Feijóo) trinando, desmadejados, a decir verdad.

Nuestro hombre orquesta, animador del cotarro electoral con dinero público, resulta arbitrario, esperpéntico, empalagoso. Desconozco si es más inteligente que hábil, aunque me quedo con el viceversa. Pudiera ser que —suponiendo el dúo efectivo, pero algo burlón— yo también cometiera error por exceso de tiento. A la postre, la barba del señor Tezanos oculta, y no veladamente como en la Gioconda, no solo la cara sino su espejo. Si ese forro capilar se aleja de prenda de vestir para cubrirse el rostro, podría advertirse en ella, tanteando al máximo los recursos estilísticos, un recato artificioso. ¿Por qué no un asalta sondeos con embozo natural? ¿Y por qué no, si altera (en un proceso de alevosía si no nocturnidad) la tranquilidad ciudadana cada vez que ofrece a Sánchez un chute psicodélico, alucinógeno, que le permita alguna alegría bulliciosa?

Sánchez —acostumbrado a pitadas, definiciones (no insultos, al decir de Valle Inclán) y notables gestos de desprecio personal— cada vez que recibe alguna loa agradecida, expande su egocentrismo hasta convertirlo en individuo contradictorio, deforme, irascible. Es una reacción lógica ya que deja al descubierto su poca talla personal. Hablar de ojos llenos de pan en él parece menudencia, migaja; levitar sobre una realidad paralela, psicótica, constituye opción firme, no desechable. Ofrecer cuatrocientos euros “culturales” a una juventud analfabeta y amante de la litrona es, cuanto menos, un despropósito, abrir el bazar de las vanidades para malbaratar votos jóvenes. Imaginar la reedición del gobierno Frankenstein dando un paso al frente los dieciochoañeros (bono joven) y jubilados (Pacto de Toledo) superaría lo inimaginable respecto a ojos amorfos.

El gobierno se nutre, y pretende alimentar a la sociedad nacional e internacional, de eslóganes. Sorprende que ahora mismo el vocablo con mayor carga política sea “bulo”. Tiene gracia que el ejecutivo más embaucador e hipócrita desde Atapuerca, haya creado una Comisión para determinar qué es bulo y quién los propaga. Consiste en poner la zorra a guardar gallinas. Queda un año, si antes no quiebra el tenderete, en donde el gobierno va a utilizar dinero público, superchería y tretas para revertir las encuestas. Espero una rotunda respuesta ciudadana si se quiere evitar el irrecuperable caos económico a que nos lleva este presidente achulado e inútil. Se jacta, cuando somos el cuarto país más pobre de Europa, de que lideraremos la recuperación en el ámbito comunitario. Resulta improbable imaginar que los políticos españoles, todos, puedan tener los ojos llenos de pan. O no, vete a saber.

Sánchez confunde a los políticos comunitarios con la sociedad española. Nosotros, tras elegir presidente del gobierno a este mendaz y retorcido individuo, reconocemos hasta qué punto tenemos los ojos llenos de pan. Aunque no sea consuelo, nos superan los catalanes al elegir alcaldesa a Ada Colau tan estrambótica como inservible. Hay más casos, pero interesa destacar aquellos que han conformado ellos mismos un sello llamativo a la vez que una jerarquía política extrema cuando han alcanzado el poder por chiripa; es decir, azar grupal o utilizando el viejo recurso del lurillo, lurate, arcaica y vilipendiada elección al albur. Hoy, a bombo y platillo, los presidentes francés, español y portugués, han liquidado definitivamente el Midcat, gaseoducto para enviar a través de Francia gas argelino a Alemania, aprovechando las “buenas relaciones” hispano-argelinas. Lo han sustituido por ese sueño-pesadilla del hidrógeno verde y la excepción ibérica para calmar a Francia. ¡No hay nadie como Sánchez para vender delirios, sin rival!

Hay que ser hechicero para convencer a Macron (o tener este los ojos llenos de pan) del hidrógeno verde —cuando lleva experimentándose desde el siglo XIX— a la vez que de la excepcionalidad ibérica que lo único bueno dicho por una economista de la “cuerda” ha sido “es mejor que no hacer nada”. Conozco frases explícitas que ocultan peor la coyuntura energética. Por cierto, el tótem de Tezanos y otros fracasados, llevó una comitiva de veintiún vehículos en el aeropuerto de la Coruña para coger el Falcon de regreso a Madrid. ¿Es así como gestiona este aprovechado nuestros impuestos? ¿Y aún le dan ciertas encuestas (las sensatas) sobre noventa diputados? ¿Quiere conseguir con dinero de todos ubicarse de nuevo en La Moncloa? Si eso ocurriera no habría duda, nosotros sí tendríamos todavía hoy los ojos llenos de pan.

viernes, 14 de octubre de 2022

COBARDÍA

 

Probablemente cualquier lector sagaz vea en el titular cierta brusquedad o desacierto dada, como paradoja grotesca, la apacible coyuntura actual. Quizás hoy fuera más certero hablar de ánimo escaso, incluso de abandono total del mismo. Cobardía precisa en su significado “mantener falta de valor”, aunque llevemos más de ocho décadas que valor aquí, desde el punto de vista castrense, lleva el remoquete “se le supone”. La ausencia de conflictos bélicos (por fortuna) determina esa presunción ante la incapacidad para constatar el arrojo personal. Cierto que —al ser magnitud inmaterial, imaginaria— su cuantificación sería subjetiva, desplegando además un soporte con cimientos pasionales. El marco expuesto, no obstante, ratifica auténticas heroicidades que se alternan, sin solución de continuidad, con actos bochornosos, indignos, rastreros.

Al igual que mencionar cobardía implica un exceso retórico, hacerlo con el vocablo valentía supone cometer la misma extralimitación. Corresponde en estos tiempos de tregua, pacíficos, manifestar coraje inviolable, aunque pretendan someterlo a las normas semánticas suscritas por políticos indocumentados. Quien es valiente hoy —al menos en nuestro escenario— está exento de realizar actos temerarios o heroicos que pongan en peligro su vida, ventaja que debiera potenciar alguna proeza gallarda. Antes bien, se crea un torrente de acomodo o pereza que ahoga todo germen rebelde, insurgente. El pueblo culpabiliza al político y este, tácitamente, recrimina a la sociedad cualquier flaqueza. Nada nuevo bajo el sol pues llevamos siglos en que unos y otros, de mejor o peor grado, venimos asumiendo el papel que (con retazos fatalistas, irracionales) toca representar.

¿Por qué ha de imponer la izquierda principios morales no solo maniqueos sino maquiavélicos? ¿Dónde ha adquirido el carácter casi sagrado para establecer una bondad o maldad ad hoc como fuente de comportamiento social? ¿Quién le otorga excelsitud para “parir” una nueva semántica legitimadora de “su democracia” cuando esconde, en forma y fondo, la mayor tiranía a que son sometidos pueblos incautos? Se habla postizamente, ocultando un interés secreto y espurio, del PSOE como ejemplo socialdemócrata homologado con partidos europeos. Falso. El PSOE, ahora mismo, no existe; ha sido absorbido por un sanchismo nihilista, utilitario, desideologizado. Si existiera, apenas podría percibirse como una sigla verdaderamente socialdemócrata, pues durante su pervivencia solo se ha asemejado a esa doctrina mientras fue secretario general González.

Los tópicos —pese a excusas o argumentos esgrimidos por cierta izquierda patria, cuanto menos— no anulan ni restan gravedad a hechos consumados que despliegan razones equívocas cuando no absolutamente extravagantes. Así, para exponer ejemplos demoledores sobre atentados contra derechos y libertades ciudadanos, en aras a la convivencia suelen ponerse ejemplos de países como Irán, Cuba o Venezuela. El adversario dialéctico, afiliado o simpatizante de nuestra izquierda dogmática, sectaria, responderá campanudo que esa referencia proviene del tópico (a veces añade fascista) y, por tanto, su solidez resulta sospechosa. Esta salida, nada cabal, da por terminado cualquier debate que pudiera seguirse para deslindar el verdadero rostro de aquellos gobiernos de los que ellos se consideran seguidores inspirados.

La cobardía viene siendo hija putativa del cinismo. Si bien su filiación es patente en partidos izquierdistas —más o menos extremos, al fin atributo rehusado— cabe suponerlo, aun impenetrable, en siglas con presunto decoro. “Quien da primero da dos veces” significa un logro espectacular por debilitamiento del contrincante o sorpresa provechosa. Para tapar la gigantesca indecencia andaluza se anuncia la trama Gürtel como el mayor episodio de corrupción en Europa. Tal humareda precedente persuade a la sociedad ebria de culpables encumbrados con superchería y aviesa maledicencia. Nadie debiera patrimonializar virtudes o defectos porque ambos (a la par, sin exclusividades) tienen encarnadura humana. Seguramente fue el motivo que llevo a Bernard Shaw a proclamar: “el odio es la venganza del cobarde” o del agitador, añado yo.

El histrionismo se ha convertido en fundamento doctrinal ante la orfandad de principios e ideas básicamente de partidos marxistas una vez constatado su fiasco partidario. Ahora, feminismo y cambio climático son los pilares del ideario comunista. Hay que advertir su validez siempre que afecte a extraños, nunca a fanáticos seguidores que usan bula especial. Actos u opiniones de machismo recalcitrante, incluso violentos, si proceden de conmilitones se silencian y diluyen como fantasías, exageraciones, que surgen de mezquinas mentes rivales. “Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase” fue el cruel paradigma de machismo silenciado por la izquierda política, social y mediática con “digna” vileza y servilismo. Jamás nadie ha dejado traslucir tanto odio sin expiar penitencia alguna. Constituye el tributo vasallo debido a una “clase selecta”.

“¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un seiscientos? En el cenicero”. Esta reflexión amnistiada es de Guillermo Zapata, concejal de Ahora Madrid con Carmena, que escribió: “Vivo en un país con larga tradición en la censura de la libertad de expresión desde los lejanos autos de fe de la Inquisición hasta la omnipresente exigencia de corrección política de la actualidad. Me pertenece esa tradición y me legitima para exponer mi pensamiento en contra de la misma y a favor de la libertad de expresión y la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Permítanme que dude de la sinceridad del señor Zapata referido “a la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Es un hecho incontrovertible que cuando se habla de tolerancia, con la postiza fe del converso, aparecen por el horizonte negros nubarrones de dogmática contradicción.

Excuso el análisis de las expresiones vertidas por algunos alumnos del Colegio Mayor Elías Ahúja sobre las alumnas del cercano Santa Mónica. Lo hago porque, a cambio, ya se ha realizado un espectáculo mediático mucho más desconsiderado. Dulcificando las formas —pese a que pueda tratarse de costumbre ancestral— claramente inmoderadas para ser caritativo, lo ocurrido no tiene punto de comparación con los sucesos “tópicos” ocurridos allende nuestras fronteras. Tampoco con los azotes a Mariló Montero ni con el “cenicero” de Zapata. Ninguno de estos mereció la crítica adecuada de grupos sociales, colectivos específicos ni medios audiovisuales. Por el contrario, el affaire de los colegios mayores (aun con la penitencia salvadora de las chicas del Santa Mónica) han ocupado, durante una semana, sañudas cabeceras escritas, feroces, e informaciones audiovisuales con objetivos más que evidentes, mostrando furtiva e indigna cobardía moral.

viernes, 7 de octubre de 2022

MALDAD, DESTRUCCIÓN Y ESTRAGO

 

Descarto una actitud ingenua o seráfica al enjuiciar los conceptos del epígrafe. Asimismo, puedo admitir cierta indulgencia hacia las anotaciones chirriantes que a priori desprenden cada uno de ellos. Aunque maldad signifique cualidad de malo o acción mala e injusta, creo más en una reserva de principios erróneos (no necesariamente puestos en práctica) que en un catálogo de pasiones desbocadas. Con toda justeza, podría considerarse fruto perverso de patologías impuestas al instinto humano. Es decir, de forma natural maldad constituye el efecto tiránico de vehemencias incontroladas, envilecidas. Rousseau expresaba la bondad ingénita del hombre, luego pervertida por esta sociedad corrupta, perjudicial. Desde mi punto de vista, es probable alguna influencia social, pero al verdadero responsable hay que buscarlo en el individuo y su libre albedrío.

Si corroboramos la opinión pública, incluso publicada, obtendremos un porcentaje de maldad excesivo, extraño, tal vez pesimista. Sin embargo, la realidad se impone dejando en exigua minoría los individuos manifiestamente perversos. Sabemos que la virtud es discreta, sigilosa, al tiempo que el descarrío viene acompañado de una atmósfera atronadora, estridente; es su hábitat favorito. Pese a tal aserto, cuando la maldad proviene de alguien con poder los efectos suelen tener consecuencias dramáticas. Advertir algunos hechos históricos nos llevaría a la conclusión irrebatible de que hubo épocas mediatas en las que sociedades concretas vivieron horrorizadas. Todavía hoy renacen tímidamente episodios colindantes a nosotros capaces de crear desasosiego generalizado. Pareciera que las crisis económicas vienen imbricadas con agresiones gratuitas (excusa perfecta para gobernantes narcisistas, estúpidos) dentro del concierto internacional.

¿Pecaríamos de exagerados si aventurásemos que tenemos un gobierno maligno? A estas alturas, y visto lo visto, diría que no. Además, en doble sentido. Por un lado, exhibe una inutilidad e ineptitud impropias, inaceptables. Por otro, muestra detalles de auténtica vileza. Ambos casos se sostienen bajo la impunidad más absoluta con la anuencia de siglas copartícipes y de una justicia ambivalente si no sumisa a ciertas órdenes de la fiscalía. Son muchas las ocasiones en que el gobierno ha mostrado triquiñuelas, incompatibles con las formas democráticas, desde que se conformó tras aquella moción de censura basada en intereses espurios. Enyugar una izquierda tradicionalmente nacional con otra totalitaria —simuladamente independentista— y partidos separatistas burgueses (adscritos a gestos y actitudes nazis) nos lleva al caos económico, institucional y social.

El común encauzaría su crítica sobre aspectos económicos o institucionales. Centralizar la maldad del gobierno en especulaciones concretas, además de error gigantesco constituiría una diligencia generosa. Este ejecutivo —también otros con idénticos instintos, pero siglas diferentes— ha hecho de la propaganda y embuste su modus operandi. Es protagonista irredento en todo lo que se propone (movido por su notable torpeza) coleccionando fracasos estrepitosos, aunque los exhiban como éxitos rotundos. Ocurrió cuando la pandemia del Covid donde la imprevisión, junto a un trámite catastrófico, ocasionó miles de muertos superfluos y ocultos. Luego, cuando proliferaron los procedimientos judiciales iniciados por familiares indignados, la fiscalía (de quién depende, se atrevió a señalar Sánchez en un rapto de sinceridad) retiró todos los cargos.

Destrucción significa “acción y efecto de destruir o destruirse”, concepción que incumple ese principio cuya enseñanza confirma que lo definido no puede entrar en la definición. Alarma, tal vez, el hecho habitual de lucubrar, con pesimismo extremo, sobre el efecto connatural que se asigna al vocablo siempre con sesgo peyorativo. Tal escenario implica un especial mensaje en ocasiones tan injusto como postizo. El aparejo es luctuoso, turbio, mientras arrastra una losa dañina, sin posibilidad de enfoque indulgente. Tiene desarrollo directo, incapaz de apreciar en vocablo tan hermético alguna holganza que le cambie esa naturaleza hostil con que se le reconoce, de manera generalizada, presentando escasas opciones de aposento contrario. Destrucción es el exterminio completo del ciclo vital del ser, pero no por necesidad biológica sino alterando, violentando, los plazos naturales.

Ignoro qué nos impulsa a interpretar irremediablemente la destrucción como algo nocivo, adverso. Si utilizamos el análisis lógico llegaremos a la conclusión que destruir tiene tanto porcentaje de bondad cuanto de ensañamiento. La hoguera de la vida consume por igual realidades satisfactorias que otras fatídicas. El hecho, poco accesible a veleidades necias o candorosas, refleja una realidad insobornable:  depura la vida prescindiendo efectos, asimismo sentimientos, diabólicos o la emponzoña cuando decide extinguir los opuestos. A veces podemos elegir la disyuntiva favorable, pero debido a apatía, pasotismo o —en menor medida— ignorancia, perdemos una oportunidad sin par. ¡Cuántas imprecaciones dejamos al aire tras perder, necios de nosotros, trances sin segunda oportunidad! Lo inquietante es que somos animales con tropiezos permanentes en similar piedra.

Estrago presenta una componente belicosa cuando afirma, en su acepción primera: “Daño hecho en guerra, como una matanza de gente, del país o del ejército”. La acepción dos, más edulcorada aunque probablemente menos verdadera, se refiere a ruina, asolamiento. Es evidente que la segunda tiene mayor difusión al perder carga beligerante pese a la devastación que desprende el vocablo asolamiento. No obstante, pudiéramos entender estrago como resultado cronológico de errores o fatigas acumuladas y no un hecho automático, espontáneo, sin fundamento. Aplicado al individuo, decía Cicerón: “La pérdida de nuestras fuerzas es debido más bien a los vicios de la juventud que a los estragos de los años”. Deduzco que haya escasez de opiniones contrarias a la frase anterior porque está llena de empirismo y sentido común.

Si bien es verdad que estrago quiebra la sinonimia entre los tres vocablos, el matiz político suaviza las distancias disipando cualquier divergencia plenaria. El político es un timador nato; antes, durante y después de tomar el poder. Su método invariable es mentir al ciudadano del que recibe una potestad fructífera. Tanto es así que Santiago Rusiñol llegó a manifestar: “De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”. Debía conocer el paño porque un hermano suyo era político de extenso recorrido. Al presente, desde hace cuatro decenios, los políticos han llegado a estragar el país cuyo cénit lo alcanza, sin oposición posible, Sánchez. Lograr revertir el marco mísero en que nos encontramos, con opciones a un empeoramiento desconocido, parece misión inverosímil. Vislumbrar el límite es aventurado y suicida.